Los ojos, las manos, la fuerza, la voz y capacidades como la persuasión, se coordinan para fijar el instante. Una acción seguida de un resultado: la imagen latente, donde la imaginación se libera proyectando el momento captado. ¿Cómo no iba a ser emocionante la fotografía analógica? Puede ser un contexto desolador pero, independientemente a la situación, la adrenalina persigue al acto fotográfico. Es adictiva, aunque el resultado no supere las expectativas, la sorpresa siempre está presente.
Estas imágenes son acciones que captan la emoción de las cosas. Son viajes emocionales, dentro del gran viaje de la vida. Insinuaciones de profundas vibraciones con las personas y el paisaje. Con la energía de la juventud, con la abrumadora belleza de las flores y la naturaleza. La plenitud de entrar a formar parte del todo a través de mi vocación artística.
La observación lenta me permite oponerme al trepidante ritmo de nuestro contexto en el que prima la inmediatez. Una forma de tomar parte del momento, sacralizar, hacer historia y diluirse con ella. Estas imágenes son “el momento”: los reflejos captados por alguien a la que le sorprende enormemente la fugacidad del mundo. No existe ninguna finalidad en ello, es puro placer, podría denominarse felicidad.